A esta pequeña cíudad de apenas 15,000 habitantes del norte del estado Hesse (Alemania), llegó en el año 723 un misionero llamado Bonifacio para convertir a los paganos de esa región.
Aquí estaba el roble del dios Thor, un antiguo y enorme árbol sagrado venerado por las tribus germánicas.
Este árbol era uno de los lugares de culto más importantes de Germania así que Bonifacio ni corto ni perezoso comenzó a talar el árbol.
Como Thor no respondió lanzando un rayo con su martillo, dicen las crónicas que los allí presentes se convirtieron a la nueva religión (el Cristianismo).
Con la madera del árbol caído, Bonifacio construyó una capilla donde posteriormente se alzaría una catedral.
Este evento marcó el comienzo de la Cristianización de las tribus germánicas y Bonifacio fué convertido en santo.
También San Bonifacio tomó prestado de los paganos el rito de adornar un árbol, sólo que él lo adornó con manzanas que recordaban a la fruta prohibida que comieron Adán y Eva. Así nació el Árbol de Navidad.
Posteriormente, las manzanas fueron sustituidas por bolas.
Durante cientos de años, el árbol de Navidad estuvo confinado a esta zona de Alemania pero a partir del siglo XIX se extendió a otros países europeos (y de allí al resto del mundo). Actualmente se producen unos 30 millones de árboles de Navidad en América y unos 60 millones en Europa.
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